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viernes, 18 de abril de 2014

Tomemos un tinto, Gabo | Atopovisión

Tomemos un tinto, Gabo | Atopovisión



gabo


Andaban estos días en Bogotá celebrando
al Gabo. Coincidía con el día de la Dignidad de las víctimas, el 9 de
abril, cuando asesinó la oligarquía a Gaitán, que era un pueblo, y
empezó una balacera que aún no se ha parado.
En la Candelaria, enfrente del Museo de
Botero, decoraba la pared una colección de fotos que caminaba por su
vida. No faltaba Fidel Castro mirando las montañas y tampoco el ojo
morado que le puso Vargas Llosa a su entonces amigo cuando ya era un
excelente escritor pero todavía no era un patético autoritario. Tampoco
el exilio en México- porque los poderosos que hoy dicen que lloran al
Gabo querían matarlo, como le pasó a Mandela, porque sentía con su
pueblo-. A España dijo que no iba a venir más porque tratábamos como a
animales a lo suyos y les pedíamos visa pese a que ellos siempre nos
recibieron con los brazos abiertos. La Real Academia de la Lengua, esa
en la que se orinaba Valle Inclán, no dijo nada y calló con ese silencio
cobarde tan de los poderosos. Hoy se rasgará las vestiduras con maneras
de histrión
Una foto desmentía a todos los que desde
fuera de Colombia quieren inventarle méritos a García Márquez que él
nunca quiso para sí: Álvaro Mutis regalándole el Pedro Páramo y diciéndole “Ahí tiene, para
que aprenda”. Ese es el origen del realismo mágico. Todo el mundo en
Macondo lo sabe. Porque no hay realismo mágico que no cruce el
continente. Las cosas que son de todos no tienen por qué ser de alguien.
Porque a América Latina le mataron sus indios, les llevaron los negros
del África para trabajar en las plantaciones, les obligaron a tener como
abuelos y bisabuelos a los blancos sin vergüenza, y de tanto ir y venir
para encontrar su ser se quedaron en mitad de todos los caminos. En
América Latina, el realismo mágico es parte de la vida cotidiana. “En
América Latina, Kafka es un escritor costumbrista”. Los “puro pueblo” no
sabe que son seres mágicos, pero lo son. De lo contrario ¿cómo han
podido soportar tanto dolor?
El pueblo no llora a García Márquez en
los salones oficiales. Ese pueblo celebra a García Márquez entre los
buhoneros y bebiendo tinto, que es como llaman al café negro en esas
tierras. Sus libros, pirateados, están en todos los puestos inprovisados
en las aceras, y ese pueblo de poetas y levitadores pone al lado de las
baldosas cada uno de esos años de la soledad del continenente, cada uno
de los generales y los coroneles que lloraban por recibir cartas y por
no recibirlas, el Bolívar soñador que le tocó a García Márquez en el
reparto que se hicieron para novelar a los libertadores, la cándida
Eréndida, que dijeron que era puta pero la que era una hija de las mil
putas era su abuela que hacía de la necesidad de amor de la nieta un
negocio como el que las multinacionales hacen con la hambre del mundo.
Allí, entre ediciones de Salvat de las novelas clásicas y una tradución
sin autor del Hamlet, El otoño del patriarca, con las esquinas
de la tapa dobladas, como si hubiera viajado en la mochila de algún
campesino rebelde muerto en una emboscada y pasado a ser el botín del
soldado de dieciocho años que después de matarlo compartió la novela
para saberse sin saberlo parte del cadáver. La muerte anunciada no es
tan relevante en Colombia, pues cada día la muerte camina esas calles. Y
si hay plata puede hasta montarse en el Transmilenio para llegar antes a
Ciudad Bolívar que es donde viven los pobres. En Colombia saben que
García Márquez escribió la Crónica de una muerte anunciada para
que los periodistas perezosos repitieran hasta la saciedad el título y
ni así fueran capaces de gastar la novela. Vida y muerte todo el rato
¿Cómo es que que te mueres, Gabo, si es imposible caminar el mercado de
las Pulgas de Bogotá sin ver el reflejo de tus libros en cada uno de los
descascarillados espejos?
Le dieron el Nobel de literatura, pero
fue al revés. Se negó a vestir de pinguino payaso y recibió el premio
con su liquilique de lino -como el que llevaba Chávez, su amigo, cuando
empezó a reinventarse Venezuela-, dándole al Rey de Suecia la dignidad
que nunca tuvo porque aún no le había dado el Nobel de la paz a Obama
pero se lo había dado ya a Kissinger (otro que siempre quiso muerto a
García Márquez). Nunca renunció García Márquez a su amistad con Fidel.
Ni en los tiempos irreconciliables del fusilamiento de unos desgraciados
que creyeron que se montaban en una balsa para marchar a Estados Unidos
sin saber que les montaron en una balsa para hacer una guerra en la
isla desobediente. García Márquez fue firme: los problemas de América
Latina son problemas de los latinoamericanos. Saquen sus sucias manos de
nuestra tierra.
Ls librerías oficiales van a vender
muchos libros de García Márquez estos días. Pero Colombia sigue su rumbo
entre los puestos de los buhoneros. Otro de los que siempre quiso
asesinar al Gabo, el Procurador de Colombia Alejandro Ordóñez, ha
inhabilitado en una opereta de Macondo al alcalde Gustavo Petro, sin
saber que lleva en el bolsillo una espada de Bolívar que le regaló
García Márquez para sacar al país de su soledad repetida.Colombia es una
novela inacabable regada con aguardiente antioqueño.
fatiga


Tomando un tinto en la esquina de la
calle de la Fatiga con la séptima, junto a la Plaza de Bolívar, me pidió
García Márquez unas monedas vestido de la negrura del pueblo pobre:
“perdone el afán, pero es que hoy no almorcé y me rugen las tripas con
clamor de trueno”. Unas notas sobresalían de su camisa rota. Alcancé a
mirar de soslayo lo que emergía de su camisa rota: “Aureliano Buendía,
cansado de esperar en el cielo de los justos, decidiose a caer de nuevo
por Macondo. Nada más llegar preguntó por el ayudante del regidor y
poniendo sobre la ordenada mesa su espadón le dijo: mire mi hijito…”.
-Claro hermano, tomemos ese tinto. ¿Puedo leer mientras esas notas?



Fuente: http://www.comiendotierra.es/2014/04/18/tomemos-un-tinto-gabo/

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